Necesitamos lo que compramos en la medida que nos autoconvencemos, o nos convencen de que el producto en cuestión nos va a hacer más felices, nos dará una vida mejor. Esa es la forma en que nos lo han vendido y sí, nos ha calado. Según la publicidad, el consumo es una manera de relacionarse con lxs demás y construir nuestra propia identidad. Lo cual, transmitido mediante bombardeo publicitario nos ha llevado a la creación desmedida de necesidades ficticias, un círculo vicioso del que es muy complicado salir una vez se ha entrado.
Desde la existencia de la producción en masa, el consumo de mercancías no necesarias para la supervivencia se ha convertido en una actividad patológica y central para las sociedades denominadas como avanzadas.
Así, poco a poco va triunfando un estilo de vida materialista y egoísta que va agravando la desigualdad social, un sistema de control que nos va separando cada vez más, que genera una crisis de pérdida de valores.
Un modelo de bienestar que consiste en la posesión y acumulación de bienes, de forma inmoderada y excesiva, sin control. Lo cual perpetúa, entre otros, el sistema de clases.
Como consecuencia, nuestro consumismo conlleva explotación laboral y medioambiental. Pues cada vez son más las empresas que crecen de forma masiva debido a la alta demanda de los consumidores, abaratando los costes de producción, reduciendo la calidad, fomentando la mano de obra barata...
Además, el consumismo se nutre de los estereotipos perpetuado conceptos opresivos como el machismo, racismo, homofobia, transfobia, etc.
A nosotras no nos gusta, así que aprovechando estas fechas de rebajas nos hemos echado a la calle para denunciar y reflexionar con el barrio sobre el consumo y nuestra responsabilidad en el mismo.
¡Nos vemos por las calles!
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